Te
llamaron loco a ti. Y a los tuyos. Y a muchos otros hombres y mujeres en la historia. Les llamaron trastornados, chalados, insensatos, lunáticos… porque el evangelio le daba un poco la vuelta a
todo.
Hoy todo es más sutil, pero al final sigue habiendo quien piensa, burlón, que tomarse demasiado en serio tu proyecto tiene algo de chifladura… ¿Y qué más da lo que digan? ¿Quién es el loco, y
quien el cuerdo? Es verdad que puede parecer temerario arriesgarse a amar a tu manera, a gastar la vida sin demasiadas reservas, a buscarte aunque te nos escondas un poco.
Y, con todo, mejor ser capaces de vivir esa lógica que nos hace los más locos del mundo, y los más humanos.
Estas palabras provocaron una nueva división entre los judíos. Muchos decían: «Está endemoniado y loco, ¿por qué lo escucháis?» (Jn 10, 19-20)
“Nadie da nada por nada”. “Piensa mal y acertarás”. “Todo tiene un precio”. “El que pega primero pega dos veces”. “Calumnia, que algo queda”. “Dios no existe, así
que disfruta de la vida”. Refranes de siempre, eslóganes de ahora.
Y frente a ellos, se alza, desnuda, esa otra verdad tuya que invita a amar sin esperar nada a cambio. A partir tu pan con el hambriento y tu túnica con el desnudo. Esa forma tuya de tener siempre
una palabra y un gesto de acogida para cada persona, al margen de etiquetas ni prejuicios. Esa forma tuya de saber que cada persona es un tesoro único que Dios ha puesto en este mundo para que dé
fruto.
En el mundo de las seguridades y la sobreprotección.
Cuando todo tiene que estar bien atado, para no dejar hilos sueltos. Cuando se nos invita a
buscar la seguridad, porque nunca se sabe lo que puede pasar, es bonito imaginarte saliendo al camino, a la intemperie, sin tener todas las seguridades en la mano.
Porque en la vida, a veces, hay que arriesgar. Arriesgar para darle una oportunidad a los que no la tienen. Arriesgar para buscar una felicidad que no siempre está a la vuelta de la esquina.
Arriesgar para que la fe sea algo que de verdad nos llegue a la entraña. Arriesgar para llegar a amar a tu modo.
Pd: Es una reflexión que saqué de una pastoral jesuita y quería compartirles.
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JORGE (martes, 25 septiembre 2012 14:07)
La locura del evangelio es una locura de amor. Has dado en la clave, buscamos seguridades materiales... y no se puede servir a dos Señores. En el mundo que vivimos es muy difícil seguir Cristo, y pocos los que le siguen de verdad, de corazón...entre los cuales me incluyo. Pidamos esa gracia y sobre todo renunciemos a nuestras faltas de verdad y un corazón puro para buscarle
Victor (martes, 25 septiembre 2012 18:51)
Asi es, y bien dificil seguirle...